Tamerlán y la Hormiga
Tamerlán, como todos los hombres extraordinarios presenta muchos aspectos, desde los más brillantes, pues «fue un político y estratega magistral capaz de ganar y mantener la lealtad de sus seguidores nómadas, operar dentro de una estructura política fluida, modificarla, y conducir un enorme ejército a conquistas sin parangón» (véase la cita completa en la Wiki (1) indicada) o el responsable de las maravillosas edificaciones que mandó erigir, hasta los más oscuros (son célebres las pirámides de cabezas que sus seguidores realizaban con las de los ejércitos vencidos).
Nosotros no somos ni jueces ni historiadores así que dejaremos este punto y, en cambio, traeremos aquí el cuento, la historia extraordinaria de la que podemos seguir aprendiendo.
La Sabiduría Tradicional nos muestra a Tamerlán en el momento en el cual, éste aprende ―descubre― en un encuentro fortuito con una hormiga, una de las claves doradas del triunfo: la persistencia en el obrar yendo tras un objetivo. Veámoslo. (2)
Tamerlán y la Hormiga que le enseñó el valor de la Persistencia
El Jan (KHAN) Tamerlán, el Cojo de Hierro, se encuentra en una situación terrible, su ánimo flaquea y va a abandonar. Poco nos importa ahora por qué tiembla, se angustia y teme; el hecho es que lo encontramos hundido, derrotado, escondiéndose de los enemigos que lo están buscando para matarle. Él, que nunca antes ha vacilado y que ha ganado merecida fama de audaz, decidido y valiente, ahora tiembla, se asusta y teme; ha agotado su energía y se dispone a declararse vencido.
Pero los dioses de la guerra ―que casi nunca escuchan las plegarias de sus fieles― se apiadan esta vez de él, pues saben que su discípulo les rendirá en el futuro cuantiosas ofertas de sangre. Así que, en un instante, logran apartar de la mente de Tamerlán sus oscuros miedos de derrota y abandono y le hacen reparar en un compañero insólito de su escondite. Frente a él, antes invisible, ve a una hormiga que está subiendo por la pared próxima llevando ―cargando―, penosa y esforzadamente, un trozo de comida.
El guerrero la mira, y molesto con ella, sin saber muy bien por qué, coge un palito y hace caer al suelo a la hormiga.
La hormiga, impávida, coge el trozo de comida y retorna a subir por la pared. Tamerlán, que ha estado mirando a la hormiga, la ve hacer caso omiso de lo que ya ha pasado para ella, y subir de nuevo por la pared.
El gran Cojo, vuelve a hacer lo mismo y la hormiga cae al suelo con su preciosa carga, otra vez.
La hormiga vuelve a sorprender al JAN, pues de nuevo ésa olvida lo que le ha hecho caer, y con su deseada carga, retorna tras sus pasos, pues la hormiga «sabe» ―sus genes así la obligan― que su objetivo ―su deber― es llevar la comida al nido.
El rey lo lo repite, y una vez tras otra derriba a la hormiga, pero la respuesta del insecto es siempre la misma: no importan las dificultades, no importa lo que le está pasando, ella sabe que su destino es llegar al nido con la carga y mientras tenga fuerzas, lo intentará, pase lo que pase.
La visión mítica, tradicional, de esta historias quiere que Tamerlán lo intentase un número mágico de veces, siete, setenta, setenta veces siete… pero la idea es que lo hizo ―tirar a la hormiga y su alimento y que ésa, indiferente, volviese a cargar con su trocito de comida y reemprendiese el camino interrumpido tantas veces―, hasta que el Gran Cojo aprendió la lección que de aquello se derivaba.
El espíritu del gran Tamerlán dejó de temblar cuando un pequeño insecto le hizo aprender el valor de la tenacidad. Él, que instantes antes se hallaba derrotado por sus propios pensamientos y sentimientos de angustia, había entendido el mensaje de la pequeña hormiga. La dejó subir por última vez y la vio desaparecer por una hendidura; la hormiga, finalmente, llegó a su destino con su carga.
Todo cambió en ese instante, Tamerlán sabía ya que la derrota es temporal, que sólo es consecuencia de tácticas y acciones erradas; que si la necesidad del logro del objetivo persiste, hay que intentarlo una y otra vez; aprendió que no importa cuántas veces perdamos, que la última y triunfal vez es lo que nos valdrá; que el resultado del abandono es más que el fracaso, abandonar algo es negarse a sí mismo, el triunfo posterior en ese mismo asunto.
Abandonar es, sobre todo, abandonarse. El coste psíquico del abandono es siempre terrible puesto que, al hecho de no lograr lo que se ha intentado, se unen los sentimientos de fracaso y angustia. El que abandona no vuelve a ser el de antes y aunque ni antes de intentar el logro ni después de no lograrlo la persona posee lo que se buscaba, la pérdida de energía psíquica es sin embargo considerable. Nadie vuelve igual de un fracaso por abandono. El que abandona se vuelve sin el objeto de sus deseos pero con un acompañante atroz: la persistente sensación de no haberlo hecho y de que quizás con un poco más de esfuerzo podría haberse obtenido.
Y lo contrario también es cierto, el que se convence de que cada día amanece y que cada día nos trae la oportunidad de perseverar en nuestros afanes, también cambia. Eso es lo que le pasó a Tamerlán en aquél refugio en el que se escondía y temblaba, antes del encuentro con la hormiga.
Estaba claro… ¡Ahora volvía a ser el Grande, ahora había renacido su espíritu indomable, de nuevo Tamerlán estaba en pie! Su caballo, sus ejércitos y la estepa libre le esperaban. Lejanos reinos temblarían y ciudades enteras caerían a su paso. Y ninguna de sus víctimas sabría, que en sus desgracias y pesares, una simple hormiga tuvo una importancia decisiva.
Miguel Villarroya Martín / Madrid/ España/ 11de abril de 2016 / RdP.011
Notas:
(1) Tamerlán o Timur el Cojo, (1.336-1.405 d. C.) fue muchas cosas pero se le recuerda fundamentalmente por haber sido un gran conquistador de naciones… y por haber llevado a su capital ―la mítica Samarcanda― al nivel de los sueños más bellos del hombre.
Es esperable que el juicio histórico del personaje sea variable, según sus biógrafos. Pero si puede ser dudoso cuál de sus aspectos, brillantes u oscuros primó sobre los otros o su influencia y trascendencia histórica, de una cosa nadie duda, bueno o malo, Tamerlán lo fue en grado extraordinario.
(2) Aunque las referencias a Tamerlán y a su capital Samarcanda, la bella, son, como podría esperarse, muy abundantes en la RED, la anécdota de ese rey mongol con la hormiga tiene muchísimas menos.
Es posible incluso que la historia sea mucho más antigua, que nunca le ocurriese a Tamerlán el Grande y que, posteriormente, se haya «prendido» de ese personaje. En cualquier caso su enseñanza sigue teniendo valor hoy, ya sean cientos o miles los años que haga que se acuñó por primera vez.
(3) Este aforismo, con sus comentarios, fue publicado hace unos años (enero de 2009), en forma más breve, en el número 28 de mi revista Más y Mejores Ventas Inmobiliaria.
(4) La extraordinaria ilustración utilizada es del talentoso matrimonio alemán Peggy und Marco Lachmann-Anke, de Dortmund/Deutschland y estaba en Pixabay bajo la etiqueta de Dominio Público. A todos ellos agradecemos su cortesía al permitirnos el uso de la imagen.